Creo que en la
literatura hagiográfica no existe un personaje que sea tan atractivo y cuya
semblanza sea siempre un desafío constante, como Ramakrishna. Pese a que sus discípulos directos
han contado mucho sobre él, su vida parece presentar cada vez nuevas facetas. Y hoy que se celebra un año más de su nacimiento, me permito esta nota sobre del santo bengalí.
Nuestro personaje posee un
nombre compuesto por dos importantes dioses del hinduismo: Rama y Krishna,
ambos considerados encarnaciones de Vishnú, que en la trimurti hindú representa
el aspecto conservador del supremo Brahmán.
Sin embargo, él es shivaíta. Un asceta y seguidor de
Shiva, el aspecto transformador y
destructor de todas las ilusiones. Y a la vez es un shakta, un adorador de la
diosa en su forma más terrible: Kali la negra.
Buscar a Dios es una
pasión. Hay ardor. A veces también se retrocede. Pero en un hombre como
Ramakrishna, la búsqueda de lo Divino no cesa hasta poseer el verdadero
conocimiento. Y cuando esto sucede, se da lo que dice un upanishad: “para adorar Dios hay que ser un Dios”.
Ramakrishna se hizo uno con lo adorado y se volvió un Dios.
Ramakrishna nació en Kamarpukur,
un pueblo cerca a Calcuta, el 18 de febrero de 1836. De familia brahmín, de
niño tenía gusto de participar en los dramas sagrados, donde actuaba
representando a algunos personajes del Ramayana o de la Bhagavad Gita. En esas
actuaciones, como refiere Roman Rollan en su popular biografía sobre el santo, La vida de Ramakrishna, el niño se quedaba inmóvil mientras las lágrimas corrían por su rostro.
Estos éxtasis ya mostraban a dónde iba a llagar el adorador de la diosa Kali.
Los trances se suceden. La actitud histriónica del niño Ramakrishna va de la
par con una devoción exacerbada. Baila, actúa, pero sobre todo, se entrega, se
rinde ante la deidad.
Según Rollan,
Ramakrishna es “la rama florida del árbol de Chaitanya”. Y es que en
la misma tierra de Bengala vivió hace más de cinco siglos uno de los místicos
más afamados de la India y un referente obligado de todos los vaisnavas, los
adoradores de Vishnú o Krishna: Chaitanya. Él fue un
místico de mucho poder espiritual. Enseñó a todos una práctica
devocional aparentemente simple, centrada en el kirtán y recitación de los
nombres de Krishna. Se ha afirmado que revivificó la tradición vaisnava y el
camino bháktico hindú, donde la devoción, que “sólo” exige pureza de corazón y
entrega, puede llevar al devoto a elevadas cimas espirituales.
El santo y la Diosa
Ramakrishna adoró a la Diosa Kali por muchos
años. Esto lo hacía un shakta, un adorador de lo divino a través de su forma
femenina. Kali, la diosa negra, de imagen aterradora, cuidaba tiernamente al
santo y por su intercesión éste pudo tener las experiencias espirituales más inefables que se puedan
testimoniar en la historia del misticismo.
Sin embargo, el
acercarse y relacionarse con lo Femenino exige no poca comprensión y una fina
cualificación espiritual. Ramakrishna afirmaba que en toda mujer veía a la
Madre, pues esa forma escogió para relacionarse con lo divino. Era además, para
él, el camino más seguro y claro, el camino sacerdotal. El camino heroico, el
del amante, era muy peligroso, sobre todo en la época actual del Kali Yuga,
pues entrañaba el peligro de caer en la sensualidad.
En Calcuta está el lugar donde vivió Ramakrishna, Dakshineswar. Se ha vuelto un lugar imprescindible para los peregrinos y buscadores espirituales. Como la vida y enseñanza de este santo (que enseñaba de manera sencilla las formulaciones más difíciles del Vedanta), había alimentado mi búsqueda espiritual, estar allí lo tomé como una bendición del santo. Él me permitía caminar por donde él puso sus pies y contemplar a Kali, para tener su darshan.
El lugar superó mi imaginación.
El complejo sagrado es inmenso y en su interior, una verdadera multitud se
arremolina en los altares. En las docenas de shiva lingams que custodian
sacerdotes brahmanes, en el altar de la Diosa Kali y en el cuarto donde vivió
el santo hindú.
En este último lugar, pese a la cantidad de gente que espera
para sentarse aunque sea unos minutos en dicha habitación, el silencio se
impone naturalmente. La habitación conserva los pocos muebles y cuadros o retratos
de deidades o motivos religiosos que tenía originalmente. Sorprende ver, colgado en una pared, un
cuadro con el retrato de la Virgen María. Ramakrishna, dicen sus biógrafos,
recorrió las principales religiones, así que conoció el camino cristiano, y
seguramente, debido a que era un shakta, adorador de la diosa, se vio inclinado
al culto a la Virgen. Además, ¿no sería la madre de Cristo la misma diosa que
adoraba Ramakrishna?