30 de mayo de 2018

El Templo Hindú


(Primera parte) 


En algunos lugares de la India, al templo se le llama “mandir”. Pienso que debe haber millones de ellos. Puede parecer exagerado, pero estar en la India y querer visitar todos sus templos sería simplemente una empresa imposible. 

He visitado algunos de ellos y la experiencia siempre rebasa lo imaginable. Durante mi primer viaje a la India, los templos fueron el mejor lugar para el contacto con esta nueva realidad cultural y para saborear una espiritualidad distinta, que deslumbra por no estar desconectada de la naturaleza. 

La tradición hindú vive lo divino no sólo en su elevada metafísica, como lo prueban sus escrituras más antiguas (Vedas), sino por vindicar todas las formas vivas. Por usar la tierra, el agua, las flores, el perfume y el movimiento. En un templo hindú la vida palpita con mucha fuerza y nos impregna de tal manera que es difícil, al menos para quien posee cierta sensibilidad, sustraerse a su fuerza. 

A un templo o mandir se entra descalzo. A diferencia de occidente, donde nuestros zapatos nos acompañan casi durante todo el día, en la India se prescinde de ellos en el hogar, en el trabajo, pero sobre todo en el templo. 

Al estar en los templos en contacto con la tierra, nuestros pies nos hacen recordar la expresión bíblica de que “estamos en tierra sagrada”. Si hemos llegado a la hora de la adoración, que es llamada puja, seremos sorprendidos o casi aturdidos por los imponentes sonidos de tambores. Se ofrece sonido a la deidad. Las campanas nunca faltan y el fuego, jamás. En Calcuta participé de una puja. Me dieron un pequeño tambor y toqué hasta que fui conmovido por el momento culmen de la puja: el árati, el ofrecimiento de fuego a la deidad. 

El sacerdote mueve en círculos y de forma horaria un plato con varias llamas de fuego. Lo hace frente a la deidad, que es cuidada día tras día. 

Para la adoración se lleva flores. Es la ofrenda más tradicional. En los alrededores de los templos, a veces en la misma puerta, se venden flores y guirnaldas, para no llegar a saludar a la deidad con las manos vacías y también se las compra para ser entregadas a un Swami o gurú. 

Para la adoración los sacerdotes deben encontrarse en estado de pureza ritual, lo que explica las prescripciones a las que están sometidos los brahmanes y se espera que quienes visiten los templos también lo estén. 

Las observancias estrictas para los rituales pueden hacer creer que los hindúes son moralistas. Pero no es así. Los hindúes dan por sentado que la vida espiritual presupone una vida moral pero no viven una moral compulsiva. Las exigencias de baños diarios y de evitar hacer los actos diarios en estado de impureza muestran más bien un conocimiento digamos esotérico. 

A decir de un Swami de Benarés: “La actitud de pureza, de genuina moral o ética, es esencial; pero para las energías es también necesario la pureza corporal”. 

No existe maniqueísmo alguno. Las categorías bueno-malo no están exageradamente presentes en el templo hindú. Priman más bien las categorías puro-impuro y superior-inferior. 

Ha señalado Alaín Danielou que de todos los baños el que se hace en un río es el mejor. Los que nos hemos bañado en ríos, debemos reconocer que no sólo uno queda limpio sino que además con más fuerza, revitalizado. Y podemos agregar, para concluir, que para todo hindú el baño más purificador es el que se realiza en el Ganga, el río sagrado por excelencia. 



2 de mayo de 2018

Naturaleza Sagrada



En la India todavía persiste una tradición espiritual tremendamente ligada a la naturaleza. Los animales, los árboles, las piedras, tienen una presencia sutil, que hay que descubrir día a día. Como en el mundo andino, todo está vivo, así que la actitud correcta en la vida diaria de un hindú es sacralizar esa realidad viva. 

Los animales en la India parecen tener derecho de ciudadanía. Su presencia en muchas ciudades no sólo es parte natural del paisaje, sino un elemento mismo del vivir, lo que se llama hinduismo. Y es que para un hindú los animales manifiestan atributos o cualidades divinas, volviéndose así portadores de felicidad y por tanto un recordatorio constante y viviente de lo divino. 

Ganesha o Ganapatí es el elefante, o el dios con cabeza de elefante. Según el mito hindú, es hijo de Shiva y Párvati, así que de él sólo se esperan cosas auspiciosas. Es invocado, por los hindúes, seguramente para afianzar la memoria, pues ¿acaso no se ha escuchado alguna vez la expresión “memoria de elefante”? 

Los bestiarios de la Edad Media, los mismos que tienen como antecedente las obras de Aristóteles, dan cuenta de esas cualidades sublimes de algunos animales. Reconociendo estas, con la mirada simpática que exige el vivir hindú, los hombres no sólo aprecian a los animales sino que entienden la unidad de la creación, lo que impide violentarla tan fácilmente. 

Se dice que el elefante es casto, dócil y que tiene buena memoria. ¿No son estas las cualidades que debe tener todo estudiante? El brahmachari, y todo estudiante que se precie de tal, debe ser casto en la etapa de sus estudios. Debe ser dócil con su maestro, pues la reverencia al gurú garantiza la recepción de la sabiduría. Y debe cultivar la memoria, sin la cual todo aprendizaje sería imposible. 

Dentro del shivaísmo, hay un nombre de Shiva que es Pashupatí, que significa precisamente “el señor de los animales”. La conexión de Dios con los animales, entonces, es algo dado por sentado para los hindúes y eso es lo primero para justificar su relación con ellos. 

En el mundo animal, como realidad tangible o representación, podemos encontrar las cualidades o atributos superiores, los que corresponden naturalmente a atributos divinos. Esta sutil percepción hindú es lo que alimenta su serena y pacífica relación con la naturaleza en general y con el mundo animal en particular. 

Por los hindúes, entonces, sabemos que Dios no sólo habita en los seres humanos sino en los animales.