La Bhagavad Guita es el libro sagrado por excelencia de la tradición hindú. Es el más leído y recitado en la India. Y aunque para un occidental moderno la expresión “libro sagrado” no suscite precisamente entusiasmo (tres siglos de cientificismo positivista es mucho peso), para un hindú la Guita es una bendición sumaria, pues no sólo es doctrina, también es sadhana: el resumen de los caminos hacia lo Divino y la tecnología para realizarlo.
Desde que conocí este libro aprendí lo que era un texto sagrado y la actitud o cortesía para con él. Nunca debe ser puesto en el suelo y jamás se le debe manipular sin estar bañado. Además, un mantra previo debe predisponer nuestra ánima para que la deidad auspicie su lectura y comprensión. Y por supuesto, la Guita debe, al menos en lo posible, recitarse. Y en la lengua que le es connatural, el sánscrito.
Tiempo después, estudiando a Guénon, comprendí lo que era una lengua sagrada. El sánscrito lo era porque había servido de vehículo a una revelación, a una irrupción de lo Divino en el plano humano. El sánscrito es la lengua de Dios. No importa lo que digan los lingüistas y sus pedantes taxonomías. El sánscrito es una lengua viva y eso lo sabe todo hindú cuando recita algunos versos de la Guita.
Tiempo después, estudiando a Guénon, comprendí lo que era una lengua sagrada. El sánscrito lo era porque había servido de vehículo a una revelación, a una irrupción de lo Divino en el plano humano. El sánscrito es la lengua de Dios. No importa lo que digan los lingüistas y sus pedantes taxonomías. El sánscrito es una lengua viva y eso lo sabe todo hindú cuando recita algunos versos de la Guita.
Escuchar la recitación de la Guita tiene beneficios espirituales y psíquicos tremendos. Recitarlo es mucho mejor, aunque una empresa más difícil para un hindú que no es indio de origen. Cuando escuché recitar por primera vez la Guita, constaté que un libro tenía poder. No el poder de las ideas (que despiertan masas y el espíritu de revuelta), sino el poder de afinar la mente, de purificar y de transformar lentamente al hombre.
No insinúo que la Guita carezca de doctrina. Ya dije más arriba que la tiene. Digo que es más que una racionalidad o un discurso filosófico. Es un poder en acción. Pero muy sutil. Que afecta lo interno de uno, abriendo o quemando capas, para que poco a poco se descubra lo Real. Y esto sucede con todos los textos védicos. En Paramahamsi, una ciudad cerca a Jabalpur, en la India, observé y escuché a unos sadhus o monjes recitar los vedas: el clima y la fuerza creada (o descubierta) por esa acción era más que evidente. Hay un cambio de nivel, y uno sencillamente se predispone a la pura contemplación.
Y yendo ya a la letra, la Guita es una asombrosa historia sucedida nada más y nada menos que en la circunstancia de una guerra. Y es en esta situación, aparentemente poco espiritual, en que Krishna, la manifestación o encarnación de lo Divino le habla al hombre. Pero no a cualquier hombre. Le habla a Arjuna, el discípulo, el buscador espiritual. El guerrero, listo para librar la verdadera batalla, la del espíritu.
Entonces Krishna enseña la doctrina y el método. La naturaleza del alma y del yoga. La constitución del hombre y la sociedad según un orden primigenio y por lo tanto divino. Caracteriza los tipos humanos y prescribe sobre los modos de acercarse a lo Divino. Ontologiza la realidad, hasta llegar al Ser o Absoluto y Supremo, encarnado o simbolizado por Krishna, el dios azul que toca la flauta.
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