18 de marzo de 2018

El Yoga y la Trascendencia

Arthur Avalon, uno de los pocos europeos que estudió seriamente el yoga

La palabra yoga pertenece al sánscrito, la lengua ritual del sanatana dharma o hinduismo. Y según estudiosos de la lengua en mención, viene de la raíz yug, que significa unión. Esta primera observación hace inevitable evocar el término religare (del cual deriva la palabra religión), de similar valor semántico. Estamos entonces ante una palabra, cuya etimología indica ya una riqueza y profundidad de significado. 

Dado que el yoga es considerado uno de los darshana, (punto de vista dentro del cuerpo de las doctrinas de la India) se hace evidente, que antes que una disciplina es sobre todo un conocimiento y, por lo tanto, el estado de realización que le corresponde. Por ello el yoga o unión presupone una doctrina cuyo alcance sólo puede ser el de la metafísica pura. 

La idea de unión insinúa el final de un proceso o disciplina, pero también es usado para indicar el conjunto de prácticas tendientes a realizar esa unión. El estado de no-dualidad o la superación de todas las dualidades propias del estado condicionado humano es el yoga, que a veces es formulado, aunque no felizmente, como la fusión del atmán o espíritu con el supremo Brahmán. 

Para René Guénon, es la metafísica pura la que fundamenta la propia realización, es decir, el estado yóguico, y la versión doctrinal más clara y ortodoxa al respecto la encontramos en el vedanta, el último darshana, que significa precisamente, el “fin del Veda”. 

Estas breves consideraciones preliminares serían suficientes para darse cuenta que el yoga es algo más de lo que difunden revistas y libros en nuestros medios. Hay una profusa y abundante literatura sobre “yoga”, que se ha vuelto la herramienta que hombres modernos usan para exacerbar tendencias contrarias a lo que busca toda doctrina metafísica tradicional. Dentro del psicologismo moderno se manosea esta disciplina ancestral, sacándola de su contexto tradicional con el único fin de atenuar el estrés de la vida moderna y lograr una adecuación feliz a ese mismo estilo de vida. 

El principal equívoco respecto al yoga es que se lo asuma como una gimnasia que tiene como meta la relajación y un bienestar físico sin más. Y los que ven al yoga de esta manera ignoran convenientemente la teología y la ética que presupone su práctica. 

Algunos, de manera ya casi insidiosa, llaman al yoga una “religión sin Dios”. Y a parte del contrasentido lógico que supone esta expresión, olvidan o simplemente ocultan que en los tratados clásicos de la India sobre el yoga, la devoción a un istha devatá (forma de lo divino que manifiesta a Dios y que todo hindú adora a nivel personal) y una vida moral son imprescindibles para la práctica de esta disciplina, en cualquiera de sus formas. 

Entonces, una divulgación acrítica y a veces movida sólo por intereses mercantiles, ha presentado al yoga desgajado de su tradición, es decir, de su corazón, que es de dónde saca sus principios y desde donde se posibilita una auténtica realización.


Ramakrishna, el famoso yogui de Calcuta

Ascesis y Amor 



El término ascesis deriva del griego askasis, que significa ejercicio espiritual. Pensar sobre esta palabra quizá ayude a entender el sentido del yoga. El ejercicio espiritual, dentro de la experiencia monástica cristiana, está dada a operar una transformación o metanoia en el hombre, que, al menos dentro del cristianismo ortodoxo, se le ha podido llamar sin complejos, una divinización del hombre. Y este proceso de divinización sólo puede ser entendido, según las fuentes escriturarias de la India, como la superación del estado de condicionamiento, al que están sujetos los hombres por el solo hecho de estar en el estado humano. La razón humana no es fiable, pues es una expresión del conjunto corpóreo del ser humano, y por lo tanto está teñido de su propia imperfección. Cómo dominar esta mente y aquietarla para que pueda aflorar una instancia cognoscitiva superior es el desafío primero de toda ascesis y del yoga tradicional de la India. 

El tratado clásico sobre yoga, atribuido a Patanjali, empieza precisamente así: 


“La cesación de los movimientos de la mente es el yoga”

Así que detener la mente y sus voraces y afiebrados movimientos es preocupación primera de los cultivadores del yoga. Entonces, muchas prácticas se vuelven soportes e instrumentos que buscan predisponer y posibilitar que la fluctuación de lo ilusorio deje de ser para que lo que en verdad tiene realidad como el atmán sea. 

Y estas prácticas, como hemos dicho, presuponen una moral. Aquí está la importancia del Yama y Niyama, las partes integrantes del sistema yoga. El yama es el soporte moral, pues insiste en los prerrequisitos básicos como el no matar, el no robar, el no mentir y el mantener una vida de templanza, pues como enseña el Yoga Sutra: 

“Quien preserva su semen, alcanza la fuerza viril”

Si el hombre, decidido a hacer yoga cumple esos presupuestos morales, entonces la concentración, la postura adecuada, la respiración y la meditación le podrán llevar a la meta buscada. Así que reducir todo esto a una simple gimnasia física, cuyo fin último es relajarte, es la desnaturalización del yoga. 

Pero el yoga no es pura práctica titánica. No se asume que por sólo esfuerzos propios se realiza al Brahmán Supremo. El camino exige también amor, devoción. Y esto completa el yoga o le da su verdadero sentido. El hombre realiza esfuerzos, afina su voluntad, pero se rinde, como ser finito a la realidad infinita. Por eso en el clásico Yoga Sutra se insiste en la devoción hacia Iswará o el Señor. 

Creo que este aspecto bháktico (devocional) es el que salva al yogui de caer en la vanidad o la ilusión de ciertas habilidades o poderes que pueda adquirir en los ejercicios yóguicos. Esto lo enseñó claramente el gran Ramakrishna, cuando reiteradas veces se refirió a que el hatha yoga conllevaba un apego al cuerpo, y por eso lo desaconsejaba a sus discípulos.

Recordar a Dios, repitiendo sus nombres con auténtica devoción es la vía regia para realizar a Brahmán según el santo de Calcuta. Así que ¿alguien osará desautorizar a Ramakrishna y afirmará que el dominio del cuerpo es superior al amor por lo Divino?

2 de marzo de 2018

Mirando el fuego


La vida cotidiana del hindú está impregnada de actos rituales. El hombre hindú es un hombre ritual. Y los actos de adoración muestran a un pueblo todavía conmovido y absorbido por la idea de lo sagrado. Uno de los actos rituales que conforman la vida de un hindú son los homas o rituales en donde el fuego es el centro, como ofrenda o como objeto de adoración. 

El fuego está presente en la India a cada paso, en cada casa, en los math o ashrams. Pero es en los templos donde tiene viva presencia. El momento culmen de la adoración es el árati, es decir, cuando se ofrece fuego a la deidad. 

Si como señala la etimología la palabra hogar viene de hoguera, sólo en la India se vive la experiencia plena de hogar pues el fuego está prendido sin apagarse día tras día y en muchas casas, los miembros de la familia se turnan para mantener y custodiar el fuego sagrado que siempre está en un altar con la deidad que rige o cuida ese hogar. 

A parte de ello hay como ya hemos señalado rituales especiales llamados homas y que son realizados por brahmanes, los miembros de la casta sacerdotal en la India, quienes realizan el rito recitando versos védicos. 

En la India observé unos homas colectivos que atraen por su fuerza, la misma que está presente no sólo por el fuego, sino por los cantos védicos que los acompañan y que son cantados con devoción. 

En Nueva Delhi, durante mi estancia en el Aurobindo Ashrám, fui atraído por la recitación colectiva de unos mantras alrededor de un fuego, prendido en una pirámide invertida gigante. Invitado a participar del círculo, seguí los cantos al tiempo que, como todos, atizaba el fuego echando alguna yerba o astillas de madera. El canto más recurrente y persistente que reconocí fue el Gáyatri mantra, un himno védico que tiene un prestigio sin igual en la India y que está mencionado en varias escrituras tradicionales como en la Bhagavad Gita: “Entre los himnos védicos, Yo soy la gáyatri” (Gita: X, 35) 

Este mantra es mayormente pronunciado sólo por los brahmanes. Es el gurú quien inicia a su discípulo en la pronunciación de este auspicioso mantra. Debo agregar que dentro del hinduismo los mantras tienen que ser dados por un hombre de conocimiento, un Swami, para poder ser usados por quienes los reciben. 

Tras la culminación del homa, los devotos contemplan las llamas del fuego hasta que se apaguen. Los materiales del fuego ahora son ceniza, pero no como cualquier ceniza que se produce al quemar algo. Esta ceniza es pura y nunca es negra como la ceniza común. Algunos discípulos recogen la ceniza que el homa ha producido y marcan su frente con un poco de ella. Otros lo ingieren con fines terapéuticos. 

En lugares considerados sagrados como Benarés, Haridwar o Allahabad, se pueden ver algunos sadhus desnudos pero con todo el cuerpo cubierto de ceniza blanquecina. 

Esta ceniza es llamada vibhuti o también bhasma y es usada para hacer marcas en algunas partes del cuerpo como hacen tanto los shivaítas como los vaisnavas. La marca más característica en el caso de los adoradores de Shiva son tres líneas horizontales en la frente llamada tripundra. Algunos también lo usan para hacer la tika, la marca en el entrecejo, el punto llamado “ojo de Shiva”.